Horizontes Fracturados -Capítulo 1: Brecha
- Kyon Andres
- 6 dic 2024
- 7 Min. de lectura
Actualizado: hace 8 minutos

Biblioteca Nacional
Sus dedos pasaron con cuidado la hoja amarillenta del libro frente a él. Las letras, desgastadas y algo borrosas en algunas partes, revelaban cómo el tiempo no había sido gentil con la preservación de aquel conocimiento. Asentó el libro sobre la mesa, manteniéndolo abierto, y colocó un separador de páginas para no perder el orden de lectura. Su mano derecha se movió hacia un vaso de agua, que vació rápidamente.
Sus ojos castaños oscuros recorrieron la sala. La biblioteca estaba casi desierta, salvo por una señora de la tercera edad que hojeaba antiguos periódicos y la bibliotecaria, una joven trigueña de cabello negro que atendía en el mostrador. El cansancio hacía que sus párpados se entrecerraran; llevaba más de seis horas leyendo diversos textos en busca de información histórica sobre aquel lugar, sin resultados satisfactorios.
Se levantó del asiento y decidió ir al baño. Caminó rápidamente el pasillo y, al entrar, lo primero que vio fue su reflejo en el espejo. Su cabello negro lucía un poco despeinado, y su piel, de un tono bronceado, parecía más deslucida que de costumbre. Sin embargo, su camisa gris permanecía impecable, combinando con su pantalón negro de tela. Un ligero zumbido en su bolsillo lo distrajo: era su teléfono celular. Lo tomó de inmediato y leyó un mensaje de su novia, quien aseguraba haber encontrado información interesante en un archivo independiente.
Guardó el celular y mojó el rostro con agua fría, el cansancio no podía ganarle. decidido a no dejarse vencer por el agotamiento. Salió del baño y regresó a la mesa, consciente de que continuar investigando en ese estado no le llevaría a ningún lado. Tomó sus cosas, las guardó en una mochila negra y cerró el libro, retirando el separador de páginas. Se dirigió a la joven bibliotecaria.
—¿Desea el trámite de préstamo del libro? — preguntó ella en tono amable, alzando la vista de la pantalla.
—No, gracias —respondió con rapidez. —Regresaré mañana a continuar
—Los préstamos no tienen ningún costo adicional en su membresía, señor…—la biblioteca revisó el nombre en su pantalla. —Kaen.
—Le agradezco la información, pero sería todo por hoy.
—Entendido. Que tenga buen día.
Kaen descendió las escaleras que conducían al primer piso y salió a la calle principal. Justo antes de iniciar su recorrido, sintió nuevamente la vibración de su celular. Al revisar el mensaje, su corazón dio un salto.
Kaen. Lo encontramos. Tenemos la bitácora de investigación de 1970. Debemos reunirnos.
Sus ojos mostraban emoción al leer el mensaje. Extendió la mano para detener un taxi, que se detuvo casi al instante. Tras dar unas breves instrucciones, el vehículo comenzó a avanzar hacia su destino. Kaen reflexionaba, preguntándose si finalmente estaban cerca de descubrir la verdad detrás de su investigación.
Alambique
La casa de diseño contemporáneo se alzaba, blanca y geométrica, en medio del entorno natural. Su arquitectura presentaba líneas minimalistas y modernas, con una estructura principal de concreto en tonos blancos. Grandes ventanales de vidrio enmarcaban los interiores, dejando entrar la luz natural y permitiendo una conexión con la naturaleza del exterior.
En la parte superior se observaba una amplia terraza, la cual contaba con una combinación de muebles de exterior con cojines en tonos neutros, un espacio ideal para el relajamiento y el disfrute de los paisajes andinos. En la parte inferior y cerca a la puerta principal, se observaba un jardín bien cuidado con césped verde vibrante y coloridas flores púrpuras, rojas y anaranjadas que causaban una sensación de tranquilidad por el vuelo de pequeños insectos coloridos.
A pocos metros se observaba una piscina reluciente, la cual se extendía junto a un área de descanso con mesas y sillas blancas cubiertas por unas sombrillas. Las palmeras y la vegetación reforzaban la naturaleza en medio de la modernidad. La atmósfera del lugar gritaba lujo en todo momento.
Por una puerta lateral apareció una joven mujer que era el complemente perfecto para el ambiente en cuanto a elegancia. Su cabello, de un vibrante tono cobrizo, caía discretamente en ondas suaves que enmarcan su rostro con un aire de sofisticación. Llevaba un vestido de satén de seda en un profundo color escarlata que resalta su figura estilizada. En su cuello lucía un collar de cuatro espacios por dónde se unían a un dije circular grande. Sus aretes grandes y de oro blanco combinaban con su piel blanca y reluciente. Ascendió por unas escaleras blancas de un material similar al mármol, las cuales estaban adornadas por unas estatuas de ángeles en cada esquina.
Llegó hasta una mesa de madera caoba en color rojizo que tenía un vaso de cristal con una bebida rosada con hielo, la misma que estaba sobre un posavasos de madera. Tomó asiento en la silla y dejó un dispositivo electrónico en la mesa mientras disfrutaba de la sensación fría y refrescante de la bebida. Sentía como el frío del hielo se derretía en su garganta, su cuerpo estaba en una temperatura mayor debido al clima cálido de los últimos días.
—Señorita —anunció una mujer mayor de cabello blanco y lentes oscuros al entrar. —La joven Amaia está llegando para visitarla
—Grandioso. Por favor, guíala hasta aquí. Estaremos más cómodas conversando en este espacio.
—Por supuesto, enseguida
—Carmen —interrumpió la joven antes de que saliera. —Por favor, trae una bebida similar para Amaia.
—Con gusto
Una fuerte brisa acarició su piel blanca, rápidamente miró al horizonte y pudo ver que un grupo de árboles danzaban rítmicamente por la brisa. Imaginó a sus dos huskies siberianos jugando entre ellos, y una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Subir estas gradas siempre me agota más de lo que debería. A veces creo que lo haces a propósito, Ruth
La joven sonrió ante el comentario y bebió otro sorbo de su bebida. Frente a ella se acercaba una joven de cabello rizado, castaño y brillante. Su cabello demostraba un estilo desenfadado y cuidado. Llevaba gafas de montura negra en forma circular que le daban un aire de intelectualidad. Vestía una blusa azul oscuro de un material delgado y un pantalón blanco que era adornado por un cinturón marrón. Su piel morena le daba un aire de elegancia con esa combinación de vestuario. En su muñeca izquierda se veía un reloj con correa de cuero que llamaba la atención por su diseño clásico.
—Amaia, siempre te quejas de todas las escaleras que hay en mi casa —respondió rápidamente
—Si consideramos que el ochenta por ciento de tu casa son escaleras, pues si, me quejo —replicó mientras tomaba asiento y disfrutaba la sombra que generaba la sombrilla.
—La exageración —se burló Ruth
—¿Los demás están viniendo? —preguntó Amaia, cambiando el tema mientras acomodaba su reloj.
—Sí —respondió Ruth, tocando su mejilla distraídamente. —Isamu y Kaen están en camino. Mi hermano, por otro lado, está en una reunión.
—Soren es una persona ocupada y famosa —declaró Kaen al llegar.
A su lado estaba un joven de menor que él, de cabello oscuro corto cuidadosamente recortado y peinado. Vestía una camisa de cuadros azul, desabotonada sobre una camiseta gris sencilla. Un arte redondo pequeño lucía en su oreja izquierda. Su atuendo se complementaba con pantalones beige y un cinturón marrón. En su brazo derecho se podía vislumbrar parte de un tatuaje: un cojunto de flores de diversas regiones.
—Estamos todos entonces —celebró Ruth, animada.
En ese instante, dos jóvenes con trajes oscuros se acercaron para dejar tres bebidas más en la mesa. Con una rápida reverencia y en total silencio, se alejaron del lugar para dejar privacidad.
—La cueva de los Tayos —comenzó Ruth, apoyando ambas manos sobre la mesa—. Tenemos las bitácoras de viaje de 1970, fotografías de las placas y el mapa que señala la entrada real. Creo que, por fin, tenemos una pista sólida que nos ayudará a entender lo que vimos aquella vez.
—Si revisamos la bitácora que encontraste, podríamos aclarar las expediciones reales de ese tiempo y, con los mapas actuales, trazar la ruta real para continuar desde ahí —expresó Amaia mientras sacaba una computadora portátil de su bolso pequeño.
—No creo que sea tan fácil. Las bitácoras se basaban en sistemas obsoletos, que hoy en día ni siquiera consideramos para geolocalizaciones —se animó a mencionar Isamu—. Lo más fiable en este momento sería trazar manual las coordenadas para determinar el espacio
—Para eso necesitamos descargar los detalles del primer mapa digital construido a principios de los años ochenta —apuntó Ruth con determinación—. Kaen, necesitamos que consigas esos datos de la base de datos del gobierno.
Kaen inhaló profundamente. Sabía que lo que le pedían iba contra las cláusulas de confidencialidad de su trabajo, pero también era cierto que ya tenía esos datos descargados desde hacía meses.
—No hay problema —respondió con calma.
Kaen tomó la computadora de su amiga e ingresó en una web con sus credenciales para un acceso rápido. Ajustaba los parámetros de búsqueda cuando apareció una notificación push en la pantalla. Era un mensaje de una aplicación de mensajería instantánea que solicitaba una conexión de audio. —¿Qué rayos?
—No tengo idea de quien puede ser —respondió Amaia, acercándose para revisar en la computadora mientras su cabello ondulado se movía con brusquedad. —Rechazaré la llamada
Cuando intentó hacerlo, el viento que rodeaba el lugar se detuvo por completo. Antes de que los cuatro amigos pudieran reaccionar, vieron cómo la llamada se conectaba automáticamente.
—¿Quiénes son ustedes? —fue la pregunta de una voz gruesa al otro lado de la pantalla. En la imagen apareció un hombre de rasgos asiáticos, con cabello azul desordenado y una expresión curiosa.
—Pero si tú has llamado —se quejó Amaia, presionando varias teclas para cerrar la llamada
—Esto no puede ser… una brecha de comunicación plus —murmuró el extraño con seriedad.
—Ha sido un placer hablar contigo, pero nos vamos —sentenció Ruth, presionando el botón de apagado de la computadora con decisión.
—¡Espera, no cortes la…! —gritó el hombre, sin que pudiera evitar la acción de la joven.
Un destello rojizo e intenso, invadió el lugar. Los cuatro amigos intentaron reaccionar, pero el calor repentino los hizo jadear; Kaen intentó levantarse, pero sus piernas no respondían. Ruth extendió un brazo, buscando alcanzar la computadora, pero su visión ya comenzaba a nublarse, enseguida una extraña sensación de cosquilleo recorrieron sus cuerpos, paralizándolos. El destello continuó creciendo hasta convertirse en un brillo antinatural que cubrió todo a su alrededor. Dos segundos después, el resplandor desapareció. Sobre la mesa solo quedaron los vasos caídos y las bebidas derramadas. Los cuatro amigos y la sombrilla habían desaparecido sin dejar rastro alguno.
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