Advertencia
- Kyon Andres
- 4 dic 2024
- 3 Min. de lectura

La majestuosidad con la que cada uno de los árboles de pino se elevaban brindaba al ambiente un estado de espacio controlado. El viento golpeaba las diferentes ramas, que chocaban entre sí, y el sonido de algunas al quebrarse resonaba con fuerza en todo el entorno. La luz de la luna se filtraba entre las ramas, iluminando el lugar: un bosque a los pies de una montaña cubierta por una espesa neblina.
Los pequeños animales del bosque estaban alertas ante el repentino sonido de unos pasos. Un grupo de ardillas recorrió con rapidez el tronco de un árbol, emitiendo chirridos constantes que alertaban a los demás de la extraña presencia. Pocos segundos después, un hombre de edad madura se apoyó contra a un árbol. Vestía un pantalón de tela gruesa y una camisa de leñador a cuadros, con tonos verdes y negros. Sus ojos verdes observaban con rapidez los alrededores, mientras su respiración jadeante podría delatarlo. Levantó la mano hacia su rostro, tocándose la barba y el cabello, notando cómo caían gotas de sudor.
En su mente resonaban las advertencias que tantas veces había escuchado sobre aquella montaña: «No debes entrar jamás a ese lugar solo o en la noche». A pesar de haber desobedecido esa instrucción, ahora se encontraba allí, sintiendo que alguien o algo lo acompañaba en ese mismo espacio. Agudizó el oído, intentando captar cualquier sonido que lo orientara hacia su destino, al que quería llegar cuanto antes.
La majestuosidad con la que cada uno de los árboles de pino se elevaba brindaba al ambiente una sensación de espacio controlado. El viento golpeaba las diferentes ramas, que chocaban entre sí, y el sonido de algunas al quebrarse resonaba con fuerza en todo el entorno. La luz de la luna se filtraba entre las ramas, iluminando el lugar: un bosque a los pies de una montaña cubierta por una espesa neblina.
Los pequeños animales del bosque estaban alerta ante el repentino sonido de unos pasos. Un grupo de ardillas recorrió con rapidez el tronco de un árbol, emitiendo chirridos constantes que alertaban a los demás de la extraña presencia. Pocos segundos después, un hombre de edad madura se apoyó contra un árbol. Vestía un pantalón de tela gruesa y una camisa de leñador a cuadros, con tonos verdes y negros. Sus ojos verdes observaban con rapidez los alrededores, mientras su respiración jadeante lo delataba. Levantó la mano hacia su rostro, tocándose la barba y el cabello, notando cómo caían gotas de sudor.
En su mente resonaban las advertencias que tantas veces había escuchado sobre aquella montaña: «No debes entrar jamás a ese lugar solo o de noche». A pesar de haber desobedecido esa instrucción, ahora se encontraba allí, sintiendo que alguien o algo lo acompañaba en ese mismo espacio. Aguzó el oído, intentando captar cualquier sonido que lo orientara hacia su destino, al que quería llegar cuanto antes.
De pronto, un pequeño zorro gris cruzó velozmente frente a él. Lo miró fugazmente y, sin prestarle mucha atención, se alejó rápidamente. Era un animal cazador, pero sabía que en ese bosque no ocupaba la cima de la pirámide. El hombre avanzó con rapidez, pero sus pies pisaban ramas y hojas secas que crujían con fuerza. Se molestó consigo mismo por hacer más ruido del necesario.
Al detenerse junto a un árbol, permaneció inmóvil y en silencio. A pocos metros, vio a una joven de cabello rubio apoyada contra un tronco. Ella miraba en distintas direcciones con atención, sin notar su presencia. Su frecuencia cardíaca disminuyó un poco aliviado por esto. La joven estaba alerta a lo que sucedía a su alrededor, como si buscara a alguien. De pronto, retrocedió unos pasos al notar que varias aves se alejaban hacia otros árboles.
El hombre recordó las leyendas del lugar: historias de seres misteriosos y místicos que recorrían el bosque, capaces de tomar forma humana para engañar y asesinar a sus víctimas. Aunque la mayoría consideraba esos relatos simples mitos, algo en su interior sabía que había verdad en ellos.
Una sonrisa se dibujó en su rostro. A pesar de las advertencias, aquella chica había entrado al bosque, y ahora la había encontrado. Sabía que debía ser rápido, porque no era el único que la había sentido. Sus ojos cambiaron a un tono amarillento antes de lanzarse con un salto sorprendentemente alto, cayendo directamente sobre la espalda de la joven. Sus gritos se ahogaron en cuestión de segundos.
Para él, las leyendas eran mucho más que cuentos. Eran el velo que mantenía su existencia oculta, el secreto que le permitía gobernar aquel territorio en las sombras. En un abrir y cerrar de ojos, su cuerpo cambió. Se transformó en una criatura parecida a un mamífero carnívoro, pero con un rostro grotescamente distinto al de cualquier animal conocido. Gruñó lentamente antes de completar su cometido. La cena estaba servida.
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